China y Estados Unidos llevan años enzarzados en una guerra comercial, en la que ambos países imponen aranceles y barreras comerciales a los productos de la otra parte. Sin embargo, en los últimos meses, el foco se ha desplazado a la industria de los semiconductores, con Estados Unidos intentando bloquear el acceso de China a los semiconductores más avanzados y al equipo y talento necesarios para fabricarlos, alegando preocupaciones de seguridad nacional.
China ha desestimado estas preocupaciones y ha acusado a Estados Unidos de “terrorismo tecnológico” y de obstaculizar injustamente su crecimiento económico. En consecuencia, China ha intentado contrarrestar las medidas de contención estadounidenses, lo que ha dado lugar a lo que algunos llaman la “guerra de los semiconductores”.
¿Por qué son tan importantes los semiconductores? Los microchips son la savia de la economía mundial moderna. Las diminutas láminas de silicio se encuentran en todo tipo de aparatos electrónicos, desde bombillas LED y lavadoras hasta automóviles y teléfonos inteligentes. También son fundamentales para servicios básicos como la sanidad, el orden público y los servicios públicos. Según un informe de McKinsey publicado el año pasado, se prevé que los semiconductores se conviertan en una industria de 1 billón de dólares en 2030.
En ningún lugar es más visible la naturaleza esencial de los semiconductores que en China, la segunda economía más grande del mundo, que depende de un suministro constante de chips extranjeros para su enorme base de fabricación electrónica. En 2021, China importó semiconductores por valor de 430.000 millones de dólares, más de lo que gastó en petróleo.
Entonces, ¿por qué Estados Unidos apunta a China de esta manera? Más allá de iPhones, Teslas y PlayStations, los chips más potentes son cruciales para el desarrollo de tecnología avanzada como la inteligencia artificial, así como armas de vanguardia, incluidos misiles hipersónicos y aviones de combate furtivos.
El año pasado, Washington impuso una serie de controles a la exportación para impedir que las fuerzas armadas chinas y sus servicios de inteligencia y seguridad adquirieran “tecnologías sensibles con aplicaciones militares”. El gobierno holandés hizo lo propio en marzo de este año, alegando la seguridad nacional al tiempo que imponía controles sobre las ventas al extranjero para evitar su uso militar.
El mismo mes, Japón dio a conocer medidas similares destinadas a impedir “el desvío militar de tecnologías”. Las restricciones van dirigidas a los chips más avanzados y a la tecnología de fabricación de chips que puede utilizarse, entre otras aplicaciones, para superordenadores, equipos militares de alta gama y desarrollo de IA.
La producción de chips es diabólicamente compleja y suele abarcar numerosos países. Sin embargo, muchas fases dependen de los insumos estadounidenses, mientras que los otros actores principales son las empresas japonesas y la holandesa ASML, que domina la producción de máquinas litográficas que imprimen patrones en obleas de silicio. Esto confiere al trío una influencia desmesurada en la industria mundial de semiconductores.
“China tardará años en desarrollar alternativas nacionales que sean igual de capaces que las herramientas a las que está perdiendo acceso”, dijo a la AFP Chris Miller, autor de “Chip War: The Fight for the World’s Most Critical Technology”. “Si fuera fácil, las empresas chinas ya lo habrían hecho”.
Las empresas chinas de chips hicieron acopio de componentes y máquinas antes de los controles de exportación estadounidenses en octubre del año pasado para suavizar el golpe. Sin embargo, una de las principales empresas de chips dijo a la AFP que una vez que ese inventario se agote o necesite reparaciones, los controles empezarán a hacer daño. Algunas empresas chinas que de repente se vieron incapaces de garantizar el acceso a los chips vieron cómo se evaporaban lucrativos contratos en el extranjero, lo que les obligó a recortar puestos de trabajo y congelar sus planes de expansión.